dén al oriente y puso allí al hombre que formó.
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Génesis, II , v s. 8 y 15.
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Y fue Abel pastor de ovejas y Caín fue labrador de la tierra.
Génesis, I V, v.2.[1]
Luego plantó Yahveh Dios un jardín al, oriente, donde colocó al
hombre que había formado.
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Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y lo dejó en el jardín de Edén para que
Génesis, II, v s. 8 y 15.
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Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador.
Génesis, IV, v. 2.[2]
En algún diccionario enciclopédico de principios del siglo XX leí que, en la ciudad de Llerena, se encontraba la estación de ferrocarril con mayor tráfico de ovejas trashumantes. En mi infancia fui testigo del embarque, en vagones-jaulas, de estas ovejas en aquella estación; el trasbordo se realizaba desde un embarcadero especial que los niños llamábamos el “castillo”, por sus falsas almenas; en realidad eran estas los vanos situados a distintas alturas y que servían de acceso para las ovejas a los diversos pisos que formaban los vagones.
En aquella época, finales de los años sesenta y comienzo de la decadencia de la estación, durante la primavera atravesaban por las calles de Llerena miles de ovejas merinas. Venían “a casa de
Los esquiladores hacían su oficio como un “arte”, según mi entender infantil que admiraba la rapidez, precisión y belleza de la ejecución así como el pasmo emocional de las ovejas.
Tras las rejas de madera, situadas en las puertas para evitar la evasión, el espectáculo se repetía una y otra vez al salir del, entonces, próximo Colegio de Ntra. Sra. de
Y, como en cualquier otro espectáculo, por ejemplo un matrimonio de “quinquis” que todos los años se aposentaba en el “picadero” con su carromato de lona amarilla, había aglomeraciones de niños; entonces percibíamos lo menos bucólico del pastoreo; el enrejado de madera, contra el que los situados en primera fila pegaban sus narices y manos, estaba embadurnado de excrementos...
De vuelta a la dehesa las ovejas “peladas”, a plena luz de la primavera llerenense, parecían legión de esqueletos por su extrema delgadez y por su inmaculado color.
También había en Llerena otras ovejas; pero estas no eran nada bucólicas. Su pastor, un muchacho deficiente, nos apedreaba y azuzaba el perro, cuando, con el balón, nos introducíamos en el “lejío del Gato” para jugar al fútbol. No entendíamos que el “lejío”, a partir de octubre, perteneciese a las ovejas, por mucha “X” -“coto” significaba- que hubiesen pintados sus derecho habientes en las “Piedras Baratas” y “del Obispo” o en las paredes de los corralones y de las casas del “arrabal” que daban al “lejío”.
De aquí que más de una vez hubiésemos de subir a
Y es que las pacíficas ovejas siempre tuvieron gran relevancia y exclusividad en en la paz y en la guerra... hasta el extremo de dar lugar a la contienda más larga de
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