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ANTONIO MATEOS MARTÍN DE RODRIGO


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LA
PALABRA

“EXTREMADURA”
(Historia, crítica etimológica e historiográfica y restitución de su significado).


(refundación de la teoría de las “extremaduras”, inicialmente “zonas de pasto”, situadas en las primeras fronteras cristiano-musulmanas y, a partir de Nebrija, “invernaderos”, en base, además, a la triple división del territorio de los reinos cristianos que dedicaban los “extremos” de sus poblaciones al pasto de los ganados y que generalizaron la denominación al mejor y mayor grupo de zonas de pasto, las actuales Extremaduras hispano-portuguesas, situadas sobre los invernaderos musulmanes, objetivo estratégico de la Reconquista según los resultados del estado actual de la historiografía medieval).


MI TIEMPO YA TIENE SU PALABRA
El tiempo trae palabras en las manos,
deseo vertical, y trae respuestas
donde se van pudriendo los olvidos,
...
Hay que esperar que el tiempo
se deshaga en el barro y que madure
la simiente enterrada ( ... ).
Mena Cantero, Francisco.

Depósito Legal. BA-19-04.

jueves, 27 de diciembre de 2007

TERCERA PARTE.

LA TEORÍA DE “EXTREMADURA COMO ZONAS DE PASTO”, REFUNDACIÓN . INTRODUCCIÓN: a cerca del topónimo “extremadura”.

Posiblemente el topónimo “extremadura”, tras el de “Hispania” o el de “Iberia”, ha sido el que más territorio ha ocupado en la “piel de toro”. Durante la Edad Media se extiende por todos los reinos peninsulares: “A lo largo del siglo XII no hubo sino varias “Extremaduras”, tantas como reinos que prolongaban sus espacios a costa de las tierras fronterizas meridionales, más o menos abandonadas por cristianos y musulmanes hasta entonces, o pertenecientes a la antigua entidad política de Al Andalus, fragmentada en sucesivos reinos de Taifas ”[1], escribe Villar García.

El mismo autor expone que todas poseen las mismas características: “Todas ellas se definieron por ser portadoras de elementos que les eran comunes: carácter fronterizo de sus tierras y sus hombres, que influyó en la configuración de estructuras económicas agro-ganaderas; simultaneidad cronológica en cuanto a su anexión a los Reinos Cristianos; utilización de un modelo de colonización basado en la formación de comunidades de ciudad/ villa y tierra, también denominadas concejos; y organización jurídico-administrativa a partir de una concesión foral inicial, posteriormente desarrollada por su propio devenir histórico” [2].

Pero Villar García desconoce las “Extrematuras” del siglo XI y sitúa su origen un siglo después para denominar las tierras reconquistadas: “Las “Extremaduras” fueron el resultado de interrelaciones mutuas derivadas de situaciones políticas que propiciaron las difusión del modelo concejil a lo largo del siglo XII, y la adopción comunitaria del topónimo para diferenciar a las nuevas tierras incorporadas a la soberanía cristiana , de aquellas otras que formaban parte del antiguo solar de los reinos y condados cristianos”[3] o bien “Cronológicamente, el topónimo surgió para identificar a las tierras. que a fines del siglo XI, se extendían más allá del río Duero, siendo ese espacio geográfico el que estrictamente constituía la “Extrema Durii ” desde la mentalidad cristiana, castellana o leonesa, que iniciaba su expansión sobre ella”[4].

Según Villar García la “extremadura” castellano-leonesa será la primera: “Pero de todas ellas, la denominada Extremadura castellano-leonesa, precede a las demás en la adopción y desarrollo de esas características comunes”[5] .

Y añade Villar García que la actual Extremadura, la Transierra, recibirá este nombre cuando se había perdido su significación inicial: “La historia posterior borrará todo vestigio de la significación del término Extremadura en el medievo hispano, trasladándolo hacia las tierras transerranas incorporadas por el reino leonés en los siglos XII y XIII, significando con ello la prolongación de la Extremadura leonesa desde 1157” [6].
Al parecer la historia posterior también borrará el uso correcto del gentilicio y los “Extremedanos” de 1171[7] se transformarán, impropiamente, en los “Extremeños” del siglo XV: “...de extremo, extremeño ” según nos dice Nebrija en su Gramática de la Lengua Castellana[8].

Sin embargo no es inmediata y, por tanto no cabe relacionarlas en origen, la denominación del topónimo “extremadura” para las tierras más alejadas del río Duero. La Gran Crónica de Alfonso XI, escrita entre 1376 y 1379 [9], según Gullón, aún no denomina a la actual Extremadura como tal sino a la primera: “E otrosi acordaron de fazer cortes. E por que los de Estremadura estauan desauenidos con los de Castilla por algunos sinsabores e escatimas que avian rresçebido dellos en el ayuntamiento de Carrion, pusieron con los de la tierra de Leon que se non ayunten con ellos; e por esta rrazon, llamaron a los de Castilla que viniesen a cortes a Valladolid, e los de Estremadura e de tierra de leon que viniesen a Cortes a Valladolid, e los de Estremadura e de tierra de Leon que viniesen a Cortes a Medina del Campo”[10].

EL CONTEXTO DEL DESCUBRIMIENTO IMPOSIBLE: LA “RECONQUISTA COMO MERA LUCHA PARA EXPULSAR AL MORO”. NUEVAS APORTACIONES DE LA HISTORIOGRAFÍA : LA

“RECONQUISTA”, TRAS LA CAÍDA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA HASTA EL SIGLO XIII, FUE UNA GUERRA DE EXPANSIÓN DE LOS GANADEROS DEL NORTE CRISTIANO PARA CONTROLAR LOS PASTOS DEL SUR MUSULMÁN. ESTA TEORÍA LA HABÍA EXPRESADO EL EXTREMEÑO PAREDES GUILLÉN A FINALES DEL SIGLO XIX Y A MEDIADOS DEL SIGLO XX LA JUSTIFICABA HERNÁNDEZ-PACHECO .

El acceso a la correcta etimología de la palabra “Extremadura”, en su aplicación toponímica desde la Alta Edad Media hasta la Moderna, ha estado cerrado por la existencia de un “Contexto de Descubrimiento Imposible”. En dicho contexto la región extremeña no podía tener, además, un “buen” origen etimológico. Su profusa y, casi exclusiva, dedicación ganadera además de causa era efecto de su marginalidad.

Por contra la historiografía actual permite saber que la región extremeña, como su homónima portuguesa, la Mancha y Murcia constituían el objetivo más importante y necesario para los diversos reinos peninsulares, auténticos “estados ganaderos”. Los reconquistadores, en forma de reyes, concejos, nobles, religiosos u órdenes militares, fundamentalmente, eran grandes propietarios de rebaños. Y así escribe Pastor: “... a partir de 1156 se hacen frecuentes las concesiones de “libertad de pastos para todo el reino”, otorgadas en un comienzo por Alfonso VII y continuadas especialmente por Alfonso VIII de Castilla. Los beneficiarios:
A) Monasterios, iglesias, nobleza.
B) Los concejos y los caballeros villanos y los pastores.
C) Las órdenes militares”[1].

La teoría de Martínez Diez, respecto al origen y significado de la palabra “extremadura”, se inscribe en esta corriente historiográfica que tiene la “reconquista” como una heroica “cruzada” contra el invasor “musulmán”. Asigna, por tanto, dicha corriente al territorio de la actual Comunidad Autónoma de Extremadura la consideración de zona marginal sin personalidad propia ni relevancia económica respecto a Castilla o León o Andalucía. Al declarar esta línea historiográfica como fin último de la “reconquista” la “expulsión del moro”, se soslaya el objetivo prevalente de esta guerra: la recuperación de los pastos de invierno situados en la Submeseta Meridional, un territorio rebiriego de los ríos Tajo portugués, Guadiana y Segura. La economía de los reinos cristianos peninsulares carecía de viabilidad sin el territorio antedicho. Sírvanos de preámbulo la cercana opinión de Covarrubias: “Ganado. Primera y especialmente sinifica (sic) el hato de las ovejas, y luego cualquier otro que se apacienta en el campo. Y es de advertir que antiguamente la riqueza e prosperidad de un señor, no consistía en censos, ni juros, oro o plata, sino tan solamente en la abundancia de ganado, y del esquilmo del”[2]. Esta idea también se encuentra en el vocablo vasco correspondiente a ganado: “La ganadería -escribe Caro Baroja- es actualmente un elemento de importancia capital en el norte de España, y se puede decir que lo fue ya en épocas muy antiguas. Cabe suponer que, en vasco, el concepto de riqueza está en relación con el de abundancia de ganados, abereak = pecus... ”[3].
Glick presenta abiertamente la “reconquista” como una guerra entre pueblos ganaderos: “La colonización de tribus bereberes en las montañas de las Marcas Media y Alta, junto al importante papel de la ganadería en las economías de los primeros reinos cristianos, permite caracterizar fácilmente las relaciones de frontera como confrontaciones entre pueblos ganaderos. Lo observamos en la fugaz ocupación de los bereberes de las montañas gallegas donde debieron competir con los montañeses indígenas y con los refugiados godos para el pastoreo de verano. Para los cristianos la adquisición de pastos llegó a ser un motivo central para conquistar territorios islámicos. Esto se ve en la sucesión de regiones llamadas “extremaduras” que tiene el significado de fin de la ruta de trashumancia...”[4].

Incluso, encuentra Glick, en los enfrentamientos bélicos entre los reinos cristianos el control de los pastos como “causus belli” : “Más tarde, cuando la ganadería ovina remplazó la lucha contra los musulmanes como principal ocupación de los caballeros villanos de Ávila, Segovia y Salamanca, la búsqueda de nuevos pastos se convirtió en una fuente continua de fricción entre los poderes cristianos. La expansión de los navarros por tierras castellanas en el siglo XI era, en parte una búsqueda de nuevos pastos, como lo fue el conflicto entre Castilla y Aragón por los pastos de Soria ... Los pastos del Teruel islámico fueron un incentivo para la expansión aragonesa. Una vez fue arrebatado a los musulmanes (1170), los conquistadores aragoneses se contentaron por norma general con dejar a los catalanes tomar el liderazgo en otras acciones contra el enemigo aunque ocuparon rápidamente las amplias tierras de pastos del interior valenciano dejando las tierras bajas de regadío para los catalanes” [5].

En realidad los cristianos se enfrentaban a la supervivencia: “El que la frontera fuera permeable -continúa Glick- para los ganados trashumantes cristianos o musulmanes dependía del tipo de trashumancia practicada. Al oeste de la península, el sistema islámico era completo, con los pastos de verano en el Sistema Central y los de invierno en la cuenca del Guadiana. Los pastores musulmanes no debieron tener ningún incentivo para cruzar el Duero hacia el Norte con sus ganados. Los ganaderos del Valle del Duero (los cristianos) se enfrentaban con un espacio en continua disminución para el apacentamiento, conforme crecían los cultivos de cereal y uva”[6] .

Esta teoría estaba ya perfilada en los años sesenta; así Lomax reconocía que “los hombres del norte tenían un interés económico directo en Extremadura”[7]; pero el mismo Lomax no estaba dispuesto a concederle su justa importancia : “ aunque es simplificación risible atribuir la reconquista al anhelo de los pastores norteños de conseguir pastos seguros en el sur, la afirmación contiene un grano de verdad” [8].

La asociación de la “reconquista” y el consecuente aumento de los ganados fue indicada por Hernanz de Vargas en 1814:

“La fundacion de la ciudad de Plasencia..., la conquista de otros pueblos, y sobre todo la reunion de las dos coronas de Castilla y Leon en la persona del santo rey Don Fernando con los terrenos de Truxíllo, Cáceres, y otras villas comarcanas de Extremadura, proporcionaron a los ganaderos serranos la facilidad de aumentar sus rebaños, y de mantenerlos por el invierno en aquellas tierras mas templadas.

Sin embargo pues de que la trashumancion de los ganados de las montañas y sierra fué siempre necesaria para su mejor conservacion y aumento, y de que reducida en sus principios á estrechos límites se extendió al paso que se conquistaron las diferentes provincias que ocupaban los moros” [9] .

Pero el verdadero proclamador “a lo Glick” de la Teoría de la “Reconquista como Adquisición de Pastos y lucha entre pueblos ganaderos” fue nuestro Paredes Guillén a finales del siglo XIX: “Ya dijimos que dominada la España por los godos, estaba dividido su terreno en tres partes: dos pertenecían á los godos, y la tercera á los indígenas, que ellos llamaban romanos: los godos aprovechaban las suyas con la ganadería, principalmente, segun consta por el Fuero Juzgo; los españoles la suya con la ganadería y la agricultura. Los godos por medio de sus leyes protegían á los españoles de los abusos de su dominación, y les respetaban sus costumbres administrativas en las partes que les correspondía de terreno; pero no siempre fué bastante sincera esta protección, y las faltas á lo convenido dió lugar á la sublevación de los rústicos del Oróspeda, en tiempos de Leovigildo, contra sus dominadores. El reparto de los terrenos en un principio satisfacía las necesidades de unos y otros; pero aumentada la población, las dos terceras partes de los godos no eran suficientes á sus ganados; ni la tercera de los indígenas (sic) bastaba á sus necesidades agrícolas y pecuarias.

Los dominadores los bejaban (sic) con impuestos, no permitían la mezcla de su raza con la de los dominados, y esta cualidad de intereses y guerra intestina, que duraba á la irrupción sarracena, entró por mucho en la manera de obrar durante la invasión y la reconquista: los que los godos llamaban romanos, mas dedicados á la agricultura, y por lo tanto con una riqueza inmueble, fueron los que en su mayor parte quedaron viviendo entre los conquistadores; los godos con sus ganados, que era su principal riqueza; y de los españoles, los dedicados á la ganadería, se refugiaron en las montañas del Norte. Sus ganados acostumbrados á la trashumación, no podían prosperar sin los invernaderos y tuvieron necesidad de conquistarlos de los enemigos. Los árabes que tambien eran aficionados á la ganadería, y establecieron la trashumación, segun el historiador árabe Al-Haken, necesitaban los pastos de invierno y no podían consentir á sus contrarios los recuperaran. Esto dió lugar á la lucha, en la que entraba por mucho la prosperidad ó ruina de la ganadería. Para los godos y españoles, que por costumbre y por necesidad explotaban la ganadería, era mas importante la subsistencia de esta explotación”[10] .

En los años treinta otro extremeño, Hernández-Pacheco, explicó la “reconquista” como una necesidad vital y esencial del norte con indepedencia de razones ideológicas: “Las circustancias y características geográficas son en muchos casos la razón y causa de acontecimientos históricos grandes y pequeños. Así, la reconquista de la Península del dominio árabe tiene como causa externa y sentimental el factor religioso y la diversidad de pueblo; pero la entraña, la verdadera causa de la lucha secular hispana de Norte contra Sur es cuestión económica, derivada de la fisiografía peninsular, que motiva el avance constante de los pueblos del Norte de España hacia el Sur; desde los territorios montañosos cantábricos y pirenaicos hacia los llanos castellanos y aragoneses, hacia los climas más suaves y hacia las tierras más productivas lusitanodurienses y catalanas; continuando el avance desde la altiplanicie del Duero - pobre y de clima duro- , traspasada la Cordillera Central, hacia las llanuras del Tajo y del Guadiana, de clima más benigno y de suelo más fértil, y últimamente hasta las fructíferas costas del Algarve, las bajas llanuras tartesias y las planas valencianas y murcianas, quedando como último refugio, cercado, sitiado y fatalmente condenado a sucumbir, las ásperas Serranías Penibéticas, tentadora presa por la fértil vega granadina y las soleadas hoyas mediterráneas.

La constitución geográfica del territorio peninsular explica el hecho histórico de que los castellanos desbordasen de su alta meseta, pobre y de clima rudo, hacia las llanuras externas, bajando el Cid a establecerse en Valencia, y explica también por qué Almanzor realizaba sus razias y regresaba a sus vergeles cordobeses cargado de botín y de cautivos, sin intentar consolidar sus conquistas, pues el pobre ansía el bienestar que ofrece el país fértil, y el rico desdeña establecerse en solar desapacible y mísero ”[11].

Algún historiador español contemporáneo ya asumió las conclusiones de Glick y de Paredes Guillén; es el caso de Moreta: “Desde los orígenes de la sociedad hispano-cristiana, expansión territorial y crecimiento ganadero constituyeron dos aspectos indivorciables de su desarrollo. Para los hispano-cristianos del norte peninsular la adquisición de pastos con los que alimentar a una ganadería en constante aumento fue un acicate permanente de la progresión territorial y de la ampliación de las fronteras”[12].

Paralelamente otros historiadores coinciden con Glick: “La Crónica del Emperador -escribe Pastor- registra las campañas que llevaron a cabo y sus ataques con profunda penetración en territorio enemigo, en busca de botín, fundamentalmente metales preciosos y ganado, este último, la gran riqueza de esas poblaciones, al punto de que fue la necesidad de encontrar pastos para ese ganado lo que impulsó nuevos avances que superaron el límite impuesto por la sierra” [13] o “Para García de Cortázar - añade Pastor - la llegada de Castilla al Ebro hacia el año 900, está motivada por la necesidad de aprovechar, durante el invierno, los pastizales de las orillas del río”[14]. Pero este acicate desapareció ante el Reino de Granada; desde el siglo XIII pasan dos siglos, conocidos como el “Epílogo granadino”[15] sin apenas actividad bélica respecto al período anterior. En palabras de Tuñón de Lara: “Vista en su conjunto, la expansión castellano-leonesa de ese período (hasta el siglo XIII )fue ciertamente grandiosa, contrastando con la casi total paralización de la reconquista desde mediados del siglo XIII hasta fines del XV”[16] .

Esta “paralización bélica” lleva a Pierre Villar a dar por concluida la “reconquista” en estas fechas: “De 1270 a fines del siglo XV, la Reconquista se paraliza... Esta etapa final de la Edad Media no puede ya considerarse como la Reconquista. Tiene otros rasgos y otras consecuencias...” [17].

Los pastos extremeños, manchegos y murcianos, tras la “reconquista” de Andalucía, estaban ya en una segura retaguardia, condición “sine qua non”, según García de Valdeavellanos, para la realización de la denominada “trashumancia inversa”: “Una trashumancia de más largo alcance debió hacerse difícil en León y Castilla por causa de la guerra de reconquista y sólo pudo desarrollarse a partir de las grandes conquistas territoriales cristiana del siglo XIII, que dejaron reducida la España musulmana al reino nazarí de Granada y abrieron los pastos del sur a los rebaños del norte”[18] .

Pastor sitúa el avance continuado de los “ganaderos” sobre los pastizales del sur a partir del siglo X : “Fue la explotación ganadera, bovina y ovina especialmente, el principal punto de arranque de la economía de los dominios castellano-leoneses monacales y presumiblemente de los laicos. Los monasterios principales de esas regiones extendieron sus posesiones hacia las zonas septentrionales de pastoreo, durante los siglos X, XI y XII” [19] Pidal, tomo X).

1. LA SOLUCIÓN. LA IMPOSIBILIDAD, POR SU EVIDENTE CERCANÍA, DE QUE LAS PRIMERAS “ EXTREMADURAS” ESTUVIESEN EN LOS “EXTREMOS DEL DUERO” O FUESEN SUS

“EXTREMOS”.

Dicen Gordón y Ruhstaler que al crearse un topónimo se alude, generalmente, a la característica más llamativa del lugar según el campesino[1]. Parece ser que esta regla no afectó al topónimo “extremadura” en el que se viola toda lógica.

Independientemente de quién crease los topónimos de lugar aquí utilizados, en todos ellos puede observarse una correcta adecuación. Por ello hemos de rechazar que la palabra “Extremadura” en su primer momento significase “Extremos del Duero”.

Si “Extremadura” significa “extremos del Duero”, tal como sugiere Palacios Martín, o expresan los que mantienen esta teoría, como Villar García[2], todas las “extremaduras” iniciales llevaron impropiamente tal denominación; las primeras, por su más que evidente cercanía, no se encontraban en los “extremos” del río Duero sino a su vera o a su salida, en su “exida”: “la Extremadura leonesa-escribe el mismo Palacios Martín - empezaba nada más cruzar el río” [3].

Y todo esto es rechazable en sí mismo sin entrar a considerar las “extremaduras” que Martínez Diez encontró delante de la margen derecha del Duero: “... en la documentación emilianense, nos aparece ya por primera vez el vocablo Extrematura; un diploma del 4 de junio de 1608 sitúa Frescinosa in Extrematura. La identificación de estos dos lugares nos ubica la Extremadura en las tierras del Arlanza y del Esgueva, sin inmediata referencia al río Duero ni a sus proximidades”[4] .
.

2. LA SOLUCIÓN. FALTA DE CONCORDANCIA GRAMATICAL ENTRE “EXTREMA” Y “DORII” POR LO QUE NO PUEDEN FORMAR UNA PALABRA COMPUESTA.

Según los teorizadores de “Extremadura” como “Extremos del Duero” nos encontramos ante una palabra compuesta. Las palabras compuestas, ya sean latinas o castellanas, requieren concordancia de género y número; no es este el caso entre “Extrema” y “Dorii”.



EXTREM A D O R I I
lexema. morfema flexivo lexema. morfema flexivo
de género femenino de género masculino
y número singular. y número singular.


Referencias: Alonso Marcos[1] .

Para disimular este imposible lingüístico latino se traduce al castellano “Extrematura” por “Extremos del Duero” realizándose, entonces, la concordancia debida pero en traducción falsa.

3. LA SOLUCIÓN. EL PRIMER DOCUMENTO EN QUE SEGÚN MARTÍNEZ DÍEZ APARECE LA PALABRA “EXTREMADURA” sitúa UNAS PROPIEDADES HEREDADAS POR LA PARTE

MUSULMANA DE UN MATRIMONIO MIXTO DEDICADO A LA GANADERÍA.

Según Martínez Díez: “Este mismo año, en la documentación emilianense, nos aparece ya por primera vez el vocablo Extremadura; un diploma del 4 de junio de 1068 sitúa Frescinosa in Extrematura. La identificación de estos lugares nos ubica la Extremadura en las tierras del Arlanza y del Esgueva, sin inmediata referencia al río Duero ni a sus proximidades.
Frescinosa estaba situado a unos cuatro kilómetros al SE. de Santo Domingo de Silos y a un kilómetro también al SE. de Peñacorba (...)La identificación de Alcoba de Cobos resulta más problemática; no creemos que se refiera a la actual Alcoba de la Torre (Soria), ni al próximo despoblado de Alcoba la Yerma, sino que más bien la relacionamos con el Cobos, hoy despoblado, en el término de Pinilla-Trasmonte (Burgos), situado a unos quince kilómetros de Fresnosa”.[1]

Pues bien este documento, por el que un matrimonio mixto hispano-musulmán dona al Monasterio de San Millán de la Cogolla determinadas propiedades, nos presenta la “Extremadura” como un pequeño territorio en el que se asienta una propiedad de un hispano-musulmán y que hereda su hija:
“1068 JUNIO 4
El señor Aznar Sánchez y su mujer Gontrada reseñan todas sus posesiones ...
“...Ego Gontrueda que habeo de meo pater Hanni Sarraziniz et de mea mater domna Taresa, et ego domno Azenari que habeo de profiliatione de mea mulier domna Guntrueda et de Sonna Hanniz, de ipsas hereditates, medietate, in nostras villas prenominatas... In Frescinosa, in Extrematura, nostra portione... In Alcopa de Covos, in Extrematura, nostra portione...In totas istas villas pernominatas, cum suas divisas, cum exitus et introitus, in montibus, in fontibus, in pascuis, in omnibus locis, ad integritate.
...si habuerimus filios. de totas nostras hereditates et de nostras divisas et de nostro ganato,habeat Sancti Emiliani sua quinta. Et si non habuerimus filios, ab omni integritate, tam ganato quam hereditate...
Ego senior Azenari Sanchiz et domna Guntrueda de manuis nostras(signo)fecimus et confirmamus.
Emexoris Arabi scripsit”[2] .

4. LA SOLUCIÓN. EL TEXTO EN QUE APARECE, POR SEGUNDA VEZ LA PALABRA “EXTREMADURA”, SEGÚN MARTÍNEZ DÍEZ, EN UNA REGIÓN NO DURIENSE: LAS “EXTREMADURAS”

CASTELLANO-ZARAGOZANAS, UNA EXTRAÑA “FRONTERA” PROPIEDAD CONJUNTA A GUARDAR NO DE LOS ENEMIGOS EXTERNOS SINO DE LOS PROPIOS SÚBDITOS DE SANCHO EL DE PEÑALÉN Y MOCTÁDIR DE ZARAGOZA.

Proporciona Lacarra “Dos Tratados de paz y alianza entre Sancho el de Peñalén y Móctadir de Zaragoza” correspondientes, respectivamente, a los años 1069 y 1073. En el primero, incompleto en su principio, aparece, según Martínez Díez, la palabra, “extremadura” sin relación alguna con el río Duero pero sí con la significación de “frontera”; en realidad la palabra “extremadura” aparece aquí como nombre común y en plural y su sinónimo es la palabra “tierra” sin connotación militar alguna pero sí de policía: “Et ut sian totas illorum extrematuras conseruatas et totas illorum terras custodiatas...”[1] : “Y que todas aquellas extremaduras sean conservadas y todas aquellas tierras custodiadas...”.

El pacto contiene dos partes; en la primera Móctadir y Sancho de Pamplona se ponen de acuerdo para impedir que cualquiera de sus posibles enemigos ataquen a uno u a otro a la vez que se juran fidelidad: “Et si si ulla gens ex partis Francie aut de alias qui sunt contrarii de Almuktadir bille, exaltet eum Deus, ex supradictis partibus pasare fecerint per puertos de suparadicto rege domno Saancio, saluet eum Deus, aut per alias terras, ut non faciet alligare ab eis neque adunareab eis super aliquo malo aut aliqua contraria in dicto neque in facto de supra dicto suo amico Almuktadir bille, exaltet eum Deus, neque se faciet adprehendere cum aliqua potestate tam de muzlemis quam de christianis super suuum contrarium nec in secreto nec in manifiesto nec in dicto nec in facto. Iterum similiter adprehendit super se Almuktadir bille ad supradictum suum amicum regen domum Sancium, saluet eos Deus, ut non se faciet adprehendere neque conligare cum aliqua potestate tam de christianis quam de muzlemiz super ullum suum inpedimentum aut ulla sua contraria, set ut siant ambos conligati in una fraternitate et in una karitate sinceriter mente sicut in ligamento quod ante istum inter eos fuit confirmatum et roboratum! ” [2].

En la segunda parte, nada más y nada menos, los pactantes se ponen de acuerdo para que sus ”extremaduras” no sufran alteraciones... Pero el peligro para estas “extremaduras” no viene de los reinos cristianos vecinos o próximos sino de los propios cristianos pamplonenses y musulmanes zaragozanos: “Et ut sian totas illorum extrematuras conseruatas et totas illorum terras custodiatas, uigilent pariter ut ullus malefactor ex hominibus eorum non siat ausus extendere manu sua in parte sociorum nec in secreto nec in manifiesto...” [3]: En palabras de Lacarra la traducción diría más o menos: “Para que sus extremaduras se conserven como están y sus tierras estén bien guardadas, cada uno vigilará para que ningún malhechor de entre sus hombres ponga su mano sobre el territorio de los aquí asociados, ni en secreto ni de modo manifiesto ”[4] .
En realidad una traducción menos libre y, por tanto más fiel, diría: “Y para que sean todas aquellas extremaduras conservadas y todas aquellas tierras custodiadas, vigilen conjuntamente para que ningún malvado entre sus propios hombres se atreva a poner su mano en esta parte perteneciente a ambos socios ni en secreto ni manifiestamente...”.

5. LA SOLUCIÓN. LAS “EXTREMADURAS” DEL PACTO ENTRE SANCHO EL DE PEÑALÉN Y MÓCTADIR DE ZARAGOZA SON LOS TERRENOS DE PASTOS QUE LOS MUSULMANES CEDÍAN A

LOS GANADOS CRISTIANOS.

Evidentemente estas “extremaduras” compartidas por Sancho y Móctadir no pueden ser fronteras sino un espacio de gran importancia económica y de uso común, uno de los “extremos” dedicados al pastoreo por parte de los cristianos pero propiedad de los musulmanes según apuntó Klein; en palabras de Glick: “Después de la conquista de Toledo en 1085, se les abrieron nuevos pastos de gran tamaño. Klein ha sugerido que los cristianos (leoneses) pudieron tener acceso a los pastos del sur antes del año 1085, mediante el pago de peajes y derechos de salvoconductos a las autoridades musulmanas. En el oeste (zona leonesa-galaica del reino de León), por consiguiente, desde que los musulmanes tuvieron escasez de pastos de invierno, no debió convenirles abrir la frontera a los pastores cristianos, cuyo creciente deseo de conseguir pastos se debió unir a las luchas a lo largo de la frontera.

En la Marca Alta (la región del pacto entre Móctadir y Sancho el de Peñalén) -prosigue Glick- , sin embargo, la situación era completamente diferente, puesto que la región constituía una zona de paso natural entre los pastos de verano de los Pirineos y los de invierno en Teruel y Murcia. La estructura de la zona pudo constituir un móvil natural de la permeabilidad de la frontera, que pudo aumentar aún más por la alta incidencia del matrimonios mixtos entre los grupos de élite de ambos lados (por ejemplo, las relaciones del neomusulmán Banu Qasi con varias casas aristrocráticas de los Pirineos)” [1]o el documento citado por Martínez Díez y aportado por nosotros del matrimonio cristiano-musulmán entre Aznar Sánchez y Gontrada.

En concreto Klein dice al respecto:
“Hay casos de portazgos recaudados por las ciudades y por los señores eclesiásticos a los pastores cuando se encaminaban por las fronteras del Sur hacia los reinos moros... (16) .
(16)... Más pruebas de las migraciones de ovejas y del comercio entre los territorios moro y cristiano se encuentran en Muñoz: Colección de Fueros...” [2].

La distribución musulmana sobre el territorio norte de la antigua Hispania se basa en el control de los pastos de verano; es lo que, parcialmente, nos ha dicho Glick: “El que la frontera fuera permeable para los ganados trashumantes cristianos o musulmanes dependía del tipo de trashumancia practicada. Al oeste de la península, el sistema islámico era completo, con los pastos de verano en el Sistema Central y los de invierno en la cuenca del Guadiana. Los pastores musulmanes no debieron tener ningún incentivo para cruzar el Duero hacia el Norte con sus ganados” [3].

También en la frontera oriental sucedió lo mismo como evidencia el tratado referido entre Sancho y Móctadir.

6. LA SOLUCIÓN. OBJECIONES LINGÜÍSTICAS A LA TEORÍA DE MARTÍNEZ DÍEZ: LA PALABRA “EXTREMADURA” NO SE DERIVA DIRECTAMENTE DEL VOCABLO “EXTREMO” SINO

DEL VERBO “EXTREMAR” Y SIGNIFICA “GRUPO DE EXTREMOS”.

Una última objeción puede hacerse a la Teoría de “Extremadura como Frontera”: la imposibilidad de que la palabra “extremadura” se derive directamente del vocablo “Extremo”. Concretamente dice Martínez Díez que “hemos de asignar a esta segunda forma -Extremadura- cuando aparezca un origen derivado y culto de la primigenia y originaria, la única usada durante casi dos siglos en exclusiva, el abstracto Extrematura, formado del concreto Extremo y del sufijo del latín medieval -tura” [1].

La Real Academia Española de la Lengua rechaza tal derivación ya que la lengua española exige que el sufijo “- dura” se derive de un verbo: “- Dura. (del lat . - tura ). Sufijo de sustantivos verbales. Toma las formas -adura, -edura o -idura según que el verbo base sea de la primera, segunda o tercera conjugación. Significa acción y efecto: salpicaDURA, soldaDURA, torceDURA, mordeDURA, añadiDURA, hendiDURA; a veces denota el medio o instrumento de la acción: cerraDURA; o conjunto: arbolaDURA”[2] .

El verbo exigido por el sufijo de la palabra “Extremadura” no es otro que “estremar”. Según el Diccionario de Autoridades “Extremar-ahora con “x” por la entonces reciente prescripción de la Academia de la Lengua: “Se tomaba en los antiguo por separar, apartar y dividir una cosa de otra”[3]; “posteriormente -añaden Corominas y Pascual- “llevar al extremo” y concluyendo “de ahí extremad... extremadura, concepto geográfico que se fue extendiendo hacia el sur a medida que adelantaba la Reconquista”[4] .

En base al sufijo del vocablo “extremadura” concluiremos que la significación de este topónimo y, de forma permanente desde su principio, fue el de “grupo de extremos”.
Pero ¿qué eran los “extremos” en la Edad Media?

7. LA SOLUCIÓN. ANTECEDENTES DE LOS “EXTREMOS” MEDIEVALES COMO ZONAS DE PASTO: LA SITUACIÓN DE LAS ZONAS COMUNES DE PASTO EN LAS POBLACIONES ROMANAS Y

VISIGODAS. LA TRIPLE DIVISIÓN DEL ESPACIO AGRO-GANADERO A LO LARGO DE LA HISTORIA Y EN EL ESPACIO DOMÉSTICO.

El nombre de “extremo” está en relación con la triple división del espacio.
a. Intus: dentro, la población.
1. Exitus: la salida, el egido o lejío.
2. Foris: fuera: los campos de cultivo.
3. Extremus: “más” fuera: los extremos.

Los “extremos” territoriales de las poblaciones como zonas de pasto es una constante distributiva del espacio local que tiene sus orígenes generalizados en la colonización romana: “Los campos más alejados de la ciudad -escribe García de Valdeavellanos- quedaban sin repartir, propiedad de la colonia, algunos como bienes de aprovechamiento común (ager compascuus), otros como tierras propiedad del estado romano” [1]. Esta distribución obedecía a disposiciones legales según nos explica el mismo Valdeavellanos: “Una ley general servía de modelo a la organización de estas ciudades romanas (las colonias) y, conforme a ella, se regulaba en cada caso su constitución, mediante una ley especial para cada colonia” (ídem ).

Durante el período visigodo perduró la misma distribución: “Pero el predominio en el resto del país de un sistema de explotación integrada -dice García Moreno- no dejaba de tener profundas consecuencias en la organización del paisaje rural. Así, las zonas de explotación agrícola se dispondrían entre franjas concéntricas en torno a los núcleos de habitación rural -huertos domésticos, tierras de cultivo básicas, bosques y baldíos ...” [2]; y continúa García Moreno: “pero no todo eran campos de cultivo. Junto a estos habría que tener en cuenta a los baldíos y tierras dedicadas a pasto natural, y por último, al bosque ...”[3] .

Actualmente subsiste la distribución romana del espacio en Extremadura: “En Extremadura, conviven, dentro de un mismo término municipal, latifundios y minifundios organizados en una serie de anillos concéntricos con respecto al blanco y apretado caserío de cada pueblo. El tamaño de las explotaciones agrícolas guarda relación con su distancia a ese núcleo central, cabecera de ayuntamiento, las dehesas están, lejos, por lo general en el anillo fronterizo y más extenso” - escribe Martín Galindo[4] .

La situación extrema de las zonas de pasto respecto al núcleo poblacional, se trate del cortijo (se verá en el capítulo posterior), la aldea, la villa o la ciudad, se debería en conclusión del anterior, a que la casa o grupos de casas se establecen, lógicamente, lo más cerca posible de las mejores tierras dedicables a la agricultura: “La gran finca extremeña-dehesa o cortijo -es una creación humana- añade Martín Galindo- sobre un suelo pobre y frente a un clima hostil. En ella se trata de armonizar, en difícil equilibrio, el aprovechamiento agrícola, ganadero y forestal de un espacio dotado de condiciones físicas pocos flexibles”[5] .

De forma proporcionada la anterior división del espacio puede verse también en el nivel doméstico: “Exido - escribe Covarrubias -. Latine exitus, que es el campo que está a la salida del lugar, el qual, no se planta ni se labra, porque es de comun para adorno del lugar y desenfado de los vezinos dél y para descargar sus mieses y hacer sus parvas. Y assi como una casa principal tiene delante de su puerta alguna plaçuela, con más razón las puertas de las ciudades, villas y lugares, han de tener algún campo que le sirva de plaça ... y será la exida o salida del lugar”[6] .

8. LA SOLUCIÓN. LOS “EXTREMOS” LOCALES COMO ZONAS DE PASTO COMÚN EN LA EDAD MEDIA.

En los primeros momentos de la Reconquista, incluso, a nivel de “heredad”, que es el nivel más pequeño de superficie distribuible según la norma romana, ya aparece la triple división en la que la zona de pasto se sitúa en la zona más alejada junto con el monte: “El monte -en las Asturias- forma parte de la heredad, la más alejada, después de los huertos, tierras de labor y prados que rodean a la vivienda rural”[1], escribía García Larragueta.
N. B. Semánticamente monte toma en castellano antiguo la acepción de “arbolado o matorral de un terreno inculto” [2], escriben Corominas y Pascual.

En la Edad Media la ordenación local del territorio también situaba las zonas de pasto en los “Extremos” o zonas más alejadas de la población - y así dicen:
a. García de Valdeavellanos: “El cultivo se subordinaba a las necesidades de la cría y alimentación del ganado y para ello, no sólo se reservaban más allá de los campos sembrados, grandes extensiones de montes y baldíos de uso comunal...”[3] .
b. Clemente Ramos: “El monte se sitúa prácticamente siempre en los extrarradios de los centros de hábitat... Esto concuerda con la organización del espacio de las sociedades medievales. Con un radio alrededor del núcleo habitado de propiedades agrarias y un extrarradio de zonas de pasto y bosque ...”[4] .
c. Mota Arévalo: “Este estudio, que alcanza hasta la época de los Reyes Católicos, destaca cómo las villas pertenecientes a la orden (de Santiago) ... tenían cierta autonomía municipal, y que en general dividían sus términos bajo un patrón uniforme: un ejido inmediato a las casas del pueblo para desahogo de los vecinos, que allí dejaban en libertad aves y animales domésticos; los heredamientos de particulares, cultivados y divididos con arreglo a los fueros u ordenamientos, con una parte, la mayor, para el cultivo de cereales, y otra, para viñas, olivares y huertas; y, la dehesa boyal, propiedad del común de los vecinos ” [5].

Clemente Ramos, de la Montaña Conchina y Bernal Estévez añaden que esta organización afectaba a villas, castillos y aldeas[6] .

Para Tuñón de Lara el uso ganadero de los “extremos” tiene su origen en la insuficiencia de los cercanos pastos comunales: “Los concejos establecidos en la Extremadura, con objeto de facilitar el aprovechamiento de los pastos, y ante la insuficiencia de las dehesas comunales, decidieron disponer de los “extremos”, territorios situados en los márgenes de los alfoces, como zonas adonde pudieran acudir los rebaños en busca de alimento”[7] .

9. LA SOLUCIÓN. LA GANADERÍA COMO PRINCIPIO ORGANIZADOR DEL ESPACIO ADMINISTRATIVO EN ESPAÑA EN LA EDAD MEDIA Y EN LA REFORMA PROVINCIAL DE 1833, AÚN

VIGENTE,OTROS "EXTREMOS".

Hernández- Pacheco nos presenta la España cristiana medieval como “a modo de colosales predios rústicos, como enormes latifundios que variaban y aumentaban irregularmente por vicisitudes de las familias reinantes, creciendo la extensión a expensas de los retazos territoriales conquistados al pueblo invasor venido de África ”[1] .

Sin embargo él mismo deduce un determinado orden en la vertebración administrativa del reino castellano; atendiendo a las necesidades de disponer de pastos determinados territorios discontinuos forman una misma unidad: “Valladolid, como tierra llana y casi exclusivamente cerealística, tenía dos territorios aislados de la metrópoli castellana y aptos para la ganadería: uno, en la serranía de la Sanabria, y otro, en el borde de la zona montañosa cantábrica. Análogamente la provincia de Toro se componía de tres segmentos aislados y alineados hacia el Norte, que eran: el metropolitano, con la capital a la orilla del Duero; otro en la cuenca alta del Carrión, que a su vez encerraba un enclavado de la provincia de Palencia, y un tercer trozo, más al Norte, en plena serranía cantábrica ”[2]. O también: “ Lo mismo acontecía en Castilla la Nueva, pues la extensa provincia de Toledo emitía la prolongación de Alcalá de Henares entre las de Madrid y de Guadalajara, para alcanzar la Cordillera Central. A su vez Guadalajara saltaba a la Sierra de Guadarrama con los dos enclavados, de pastos de verano, de Colmenar Viejo y de Buitrago, hoy de la provincia de Madrid ” [3].

En el año 1833 el ministro Javier del Burgos realiza la reforma provincial vigente que, en palabras de Hernández- Pacheco, hizo posible que la nueva “distribución quedó establecida más racionalmente, terminándose con aquellas provincias divididas en fragmentos territoriales apartados entre sí y con los enclavados de unas provincias en otros, de los que quedan como muestra de la fuerza de la tradición el Condado de Treviño, perteneciente a Burgos, enclavado en Álava, y el Rincón de Ademuz, de Valencia, en la de Teruel ”[4] .

Pero en esta redistribución provincial del Burgos tuvo en cuenta la necesidad de espacio agropecuario para las nuevas provincias arbitrando, salvo excepciones, las medidas oportunas: “En esta ordenación del Ministro Burgos, si es que se atendió a las características naturales del país -la Geografía Física estaba entonces en germen- sería con la idea directriz del aspecto económico, de tal modo que cada provincia participase, en lo posible, de llanura y de montaña, de terreno fértil y pobre, de comarcas ganaderas y de otras esencialmente agrícolas, con la vista puesta en la mira de que cada provincia pudiera bastarse a sí misma y desenvolverse económicamente con sus propios medios”[5] .

Según Hernández- Pacheco sólo las provincias de Badajoz y de Valladolid quedaron exentas de invernaderos y de agostaderos[6] .

En la consideración de Hernández- Pacheco del Burgos realizó macrocóspicamente la triple división tradicional del espacio hispano: “El ministro Burgos no hizo, al establecer el mapa provincial español, otra cosa que realizar en grande la distribución que hacen nuestras gentes de campo al dividir la hacienda rústica particular, formando ese perjudicial reparto de la tierra en largas tiras de terreno del cerro al valle, para que cada uno de los poseedores participe de lo bueno y de lo malo, y a ser posible en un mismo predio, de cumbre, de costana y de vega”[7] .

10. LA SOLUCIÓN. LA PALABRA “MARCA” COMO DENOMINACIÓN VISIGODA DE LAS ZONAS DE PASTO SITUADAS TAMBIÉN EN LOS EXTREMOS.

Como las palabras “extremo” y “extremadura” la palabra “marca” ha sido interpretada como “frontera”; concretamente como la denominación catalana de “frontera”.

Pero si la “frontera”, según hemos visto, era un territorio situado frente al enemigo desde el que los cristianos procedían a la conquista de nuevos territorios en poder de los musulmanes, aunque dentro del reino, las investigaciones de Maraval respecto a la palabra “marca” no permiten asociar, entre sí, los conceptos de “marca” y “frontera”; la “marca”, por contra, es un territorio que sirve de contención contra el enemigo y que se encuentra fuera del reino (su equivalente es el “thugur” musulmán):
a.
1. “...nuestra Edad Media ...ese estupendo y singular carácter de Historia en marcha, en avance territorial, de tal modo que las fases en que esa progresión se detiene no son más que paradas circustanciales, por tanto lamentadas en las fechas mismas en que se producen. La frontera meridional que en cada momento limita nuestros principados cristianos postula su proyección hacia adelante. En ella de permanente no hay más que la exigencia de correrse más adelante. Y esto es cosa peculiar y exclusiva de nuestra Historia”[1] . 2. “La frontera que con los moros tienen nuestros principados cristianos, por su sola existencia, insta a su desplazamiento adelante. Es por sí sola, la negación de toda estabilidad. Y de aquí el sorprendente hecho de que aquel elemento, que, situado en ella, podría aparecérsenos como definidor de una situación estable, se trasforme precisamente en el factor del ininterrumpible, ya que no interrumpido, movimiento de progresión. Nos referimos a los castillos que guarnecieron esas fronteras. Díez del Corral ha tratado del que él llama “el destino histórico del castillo hispano”: el vigoroso empuje, que mueve a unas generaciones tras otras a la conquista de la tierra, levantaba una línea de castillos para proteger los resultados de una etapa de progresión, haciendo caer en desuso las líneas anteriores y dejando derrumbarse las fortalezas que ya no servían... “Los castillos ibéricos, a pesar de sus grandes moles o precisamente por eso, son obras de paso, abrigos temporales en una guerra ofensiva, trampolines para nuevas conquistas”. Llevan en sí “un constitutivo destino de transitoriedad ”[2] .

Para Maraval lo que hace de la “frontera” cristiana un dispositivo de avance es la ideología de reconquista: “Es, sencillamente, esa misma transitoriedad de la situación en que consideran hallarse los cristianos, aspecto que tiene un especial interés considerar en nuestra Edad Media: los cristianos conciben el estado en que se ven como provisional, basados en la esperanza de recobrar el ámbito anterior, de volver a hacer suyo el dominio del país. Esa tierra que hay más allá de sus fronteras, esa Hispania -y por eso la llaman así ellos, que se consideran los únicos hispanos -, es cosa suya y es una parte del todo que les pertenece, según piensa el autor del Albeldense ”[3] .
b.
1. “Basándose en una carta que los emeritenses envían a Luis el Piadoso, rey franco, Maraval deduce que la “marca” es un territorio exterior a todo reino : “Esto sólo muestra lo lejos que está la situación de una tierra de marca respecto a la de otra que sea, en cambio, dominio verdaderamente tal, unido y organizado en el interior de un reino. Es algo que queda fuera, sin fundirse con el resto; y no solamente no constituye cuerpo con el reino, sino que es precisamente lo que desde fuera de él lo circunscribe ”[4] .
2. “Marca designa en Cataluña no un país, sino las diversas tierras que son o han sido fronterizas y, por tanto, queda fuera de ello el núcleo de los condados que forman la tierra principal. Por eso, habitualmente la palabra marca va unida a la de “extremo” o “confín ”·.Y en esos casos no quiere decirse que se trate de los extremos de una región interior llamada marca, sino que lo significado más bien es “en el extremo de la región fronteriza”, porque, como antes dijimos, ésta no es una línea, sino una zona mudable de dominio discutido e incierto. Uso análogo e igualmente redundante, al parecer, se da en la parte occidental de la península, donde la “Historia Compostelana” se refiere aún a la región periférica de Galicia con estas palabras: “Et extremos Galletiae fines”. La importancia político-militar de esas zonas lleva a recordarlas en las fórmulas de titulación de los reyes, como exaltando la grandeza y eficacia de su poder : “ Sancho II de Castilla otorga un diploma en cuya datación se dice : “Rex in Castella et in omnibus finibus eius”. Estos fines son las marcas de los documentos catalanes”[5] .

La “marca” y la “frontera” responden a dos concepciones diferentes del espacio; la “marca” es una palabra de origen francés medieval o franco que entiende el espacio catalán como un tapón defensivo frente a los musulmanes; la palabra “frontera” es de origen peninsular e interpreta el espacio de Hispania como un territorio a recuperar. De aquí que, como dice Maraval, los reyes pensinsulares se apresuren a integrar los límites en sus títulos reales.

Pero ¿por qué los francos llamaron “marca” a una región fronteriza? Por la misma razón que se llamaron “extremos” o “extremaduras” a las zonas de pasto. Por su carácter fronterizo no eran zonas aptas para la agricultura sino para la ganadería. De aquí su denominación según López Martínez: “Los baldíos, de cualquier modo que se consideren, son efectos de la escasez de brazos para el cultivo, y en Europa tienen su origen en la formación de las nacionalidades, después de la caída del Imperio Romano.

Cuando se posesionaron los bárbaros de la parte occidental del Imperio y tomaron para sí, en lo que hoy es Italia, Francia y España, la parte que les plugo, no igual en las tres naciones, la propiedad quedó constituida del modo siguiente: la parte que ellos se reservaban se llamó alodial ; la dejada á los vencidos quedó sujeta á las leyes romanas; hubo otra parte, no repartida, llamada marca, y fue propiedad común de las decanías. Estas tierras se dedicaban á la cría de ganados y á los ejercicios de la caza, á los cuales tenían gran afición los conquistadores. Según la ley 9ª, título I, libro X del Fuero Juzgo, de los bienes indivisos en España disfrutaban indistintamente los godos y los naturales. Así se constituyeron los baldíos.

Las disposiciones legales del Fuero Juzgo sobre estas clases de terrenos fueron restauradas durante la reconquista por los reyes de Asturias, León y Castilla, y extendidas después de la conquista de Toledo por Extremadura, la Mancha y Castilla la Nueva ”[6],
Existe por tanto un proceso continuo entre la utilización de las “marcas” góticas y de la “extremaduras” cristianas como zonas de pastoreo; sólo cambia la denominación.

Obsérvese que el Fuero Juzgo divide en dos tipos los terrenos, “tierras” (las dedicadas al cultivo) y “montes” (los dedicados al pasto de ganado): “De los departimientos de las tierras entre los godos y romanos. El departimiento que es fecho de las tierras et de los montes entre los godos et los romanos, en ninguna manera non deve seer (sic) quebrantado ” [7].

Evidentemente los “montes” se encontraban en los extremos de las poblaciones y, por ende, también, en las fronteras de los estados; de aquí que el reino franco llamase “marca” a la actual Cataluña.

11. LA SOLUCIÓN. LA DESPROPORCIONADA SUPERFICIE DE LAS DONACIONES TERRITORIALES A LOS CONCEJOS Y ÓRDENES MILITARES EN EXTREMADURA, LA REGIÓN DE LOS

INVERNADEROS MUSULMANES.

Dice Martínez Diez que son dos las pautas social-administrativas utilizadas en los reinos cristianos de la Edad Media. La primera o “de las merindades” se situaba el norte del Duero; básicamente consistían en un alfoz gobernado por un juez o sayón, delegado del conde que gobernaba sobre un condado o conjunto de alfoces en nombre del rey.

La segunda pauta social-administrativa la formaron las Comunidades de Villa y Tierra que se situaron al sur del Duero[1] .

No sólo se formaron Comunidades de Villa y Tierra en zona realenga al sur del Duero; las Órdenes Militares formalizaron sus donaciones como “Comunidades de Villa y Tierra” en la actual Extremadura : V .G. Mérida en cuyo Fuero de 1235 se lee textualmente “3. De terris vero in tota terra de Emerita & in toto termino suo ...”[2] .

Pero si las primeras Comunidades de Villa y Tierra poseyeron una superficie territorial nada excesiva, tras la toma de Toledo, añade Martínez Diez se formaron enormes Comunidades de Villa y Tierra: “En la repoblación del otro lado del Duero cabe distinguir por su extensión dos clases de comunidades de villa y tierra: unas, las más próximas al Duero, de extensión pequeña o media, de centenares de kilómetros cuadrados, como Cuéllar, Coca, Íscar, Portillo, Medina, Olmedo, Arévalo, y otras de una gran extensión, que se cuenta por muchos millares de kilómetros cuadrados y que incluso pueden llegar a desbordar ampliamente la sierra, como Segovia, Ávila o Salamanca” [3].

Segovia, en su afán expansionista, llegó a introducirse en otros términos:
- “los concejos de la Extremadura -escribe Tuñón de Lara- protagonizaron una expansión hacía tierras meridionales, siempre obsesionados por la búsqueda de pastos. Así, por ejemplo, el concejo de Segovia, ante el crecimiento constante del número de ovejas que había en su alfoz, invadió los términos de otros concejos , entre ellos el de Madrid ” [4].- “El caso más llamativo - añade Pastor - es el de Segovia. Protegida su política de expansión por el rey Alfonso VIII Segovia avanza sobre las tierras de otros concejos: Olmos, Canales, Toledo y especialmente sobre las de Madrid, todos del otro lado de la sierra (en donde comienzan realmente los invernaderos), a tal punto que este último se vio reducido a casi sólo las tierras que rodeaban la villa; el objeto de esa expansión no fue otro que el de conseguir pasturas para sus rebaños, cada vez más importantes”[5]. De no haberse fundado “ex novo” la ciudad de Plasencia, con su también descomunal término municipal, Ávila hubiese constituido un término único con invernaderos y agostaderos; la creación de esta nueva ciudad impidió la introducción abulense en el territorio de la actual Extremadura; no fue este el caso de Toledo que poseyó y repobló gran parte de la Siberia extremeña según del Pino García[6] .

miércoles, 26 de diciembre de 2007

12. LA SOLUCIÓN. ANTECEDENTES DEL INTERÉS DE LOS CONCEJOS Y DE LAS ÓRDENES COMO GRANDES TERRATENIENTES Y ANTECEDENTES INCRUENTOS ENTRE CRISTIANOS DE

“LA RECONQUISTA COMO ADQUISICIÓN DE PASTOS”.

Según Pastor el excesivo interés territorial de las Órdenes Militares y de los Concejos tenía ya claros antecedentes y bases sólidas: “... la formación de los grandes circuitos de trashumancia y el consiguiente aumento de la producción ganadera tuvo, como base de su despegue, un proceso anterior de absorción del pequeño productor de las aldeas en beneficio del gran productor, proceso que se cumplió antes del siglo XII” [1].

Por otra parte, según el mismo historiador, la “reconquista” como lucha por la adquisición de pastos, había tenido ya sus primeros ensayos incruentos entre los mismos cristianos: “Es indudable que -aunque todavía faltan más estudios permenorizados sobre el tema-un aspecto muy importante-quizá el más importante- de la expansión del poder económico señorial, sobre todo en Castilla la Vieja y zonas de León, durante los siglos X, Xl y XII, se basó en el aumento de su producción pecuaria, especialmente del ovino. Ello motivó una sostenida lucha por el espacio ganadero -tanto de valles y vegas como de montaña- entre las comunidades de aldea, pequeños concejos, etc., y los grandes señores, los monasterios en primer término pero también los infanzones y otros nobles laicos” [2].

Previamente los poderosos pastores de la nobleza habían derrotado a los agricultores; en palabras de García de Cortázar y González Vesga : “La primera oleada roturadora sobre el valle del Ebro la llamada Navarra o la plana de Vic - siglos VIII-IX incorporó a los diminutos reinos cristianos un fértil espacio donde ampliar la escasísima agricultura de los valles pirenaicos y cantábricos, más propiamente ganaderos. Sin embargo, muy pronto salen a la luz los desequilibrios internos que el crecimiento provoca junto con la irreductible hostilidad de labriegos y pastores. Las maniobras de la instituciones religiosas y otros grandes propietarios por el control de los bienes comunales forman parte de esta preliminar batalla entre orientaciones económicas divergentes. La reconquista de los siglos XI y XII exarcebará la disparidad de criterios sobre el rendimiento de los territorios adquiridos y la agricultura quedará relegada a una posición secundaria dentro del conjunto agropecuario, ante el arrollador paso de la oveja” [3].

13. LA SOLUCIÓN. LAS ÓRDENES MILITARES FUERON LOS MAYORES PROPIETARIOS DE GANADO OVINO Y PLANIFICARON LA ADQUISICIÓN DE SUS DONACIONES TERRITORIALES

EN BASE A SUS INTERESES GANADEROS. EN EL SIGLO X EL MONASTERIO DE SAHAGÚN ESTABLECIÓ EL PRIMER PRECEDENTE.

Martín Martín y García Olíva propugnan, para explicar la presencia de las Órdenes Militares en Extremadura, una teoría proporcionada a la teoría de “Extremadura como Frontera”, entendida esta según la historiografía antigua: “La principal razón de la importancia del territorio recibido directamente por las órdenes militares de los monarcas reside en la voluntad de éstos de hacerlas arraigar en zonas fronterizas, que de otro modo estarían carentes de defensa”[1] .

Nada más falso; la Orden de Santiago planificó la adquisición de sus territorios tanto en Castilla como en el reino de León sobre los invernaderos musulmanes y sus accesos : “La Orden de Santiago también tuvo ovejas trashumantes-nos informa Lomax-, pero estuvo en una situación excepcionalmente favorecida, pues sus previsores Maestres, sobre todo don Rodrigo Yáñez, constituyeron los señoríos jacobeos a lo largo de las cañadas principales-el camino de la Plata y los caminos de Uclés y Cuenca a Montiel y Segura-. Así, los rebaños de la Orden se trasladaron desde sus señoríos septentrionales a los que tenían en el sur pasando la mayor parte del camino por tierras santiaguistas, de modo que apenas pacieron en tierra ajena, y pagaron poco o nada de portazgo”[2] .

Según el mismo Lomax, desde el principio, el ganado lanar era el más importante de sus rebaños: “Desde un punto de vista económico, los animales más valiosos de la Orden eran las ovejas” [3].

Un simple repaso cartográfico a la Extremadura medieval sitúa a las Órdenes Militares asentadas, casi siempre voluntariamente, sobre los ricos territorios de pasto y/ o sus accesos y no sobre la cercana frontera del reino de Portugal ni la lejana del reino de Granada.
La Orden de Santiago establece su Señorío territorial, constituyendo el único caso de territorio continuo, a lo largo de la “Vía de la Plata” a través de las concesiones reales de Montánchez, Mérida, Alange, Hornachos, Reina y Montemolín, es decir, sus territorios flanqueaban la Vía de la Plata en toda la actual provincia de Badajoz y parte de la de Cáceres.

Si las otras órdenes no pudieron planificar con tanta eficacia la localización de sus zonas de pasto sí es cierto que recibieron importantes zonas pastoriles : “Efectivamente-dice Pastor- las órdenes, sobre todo las de Santiago y Calatrava , en primer lugar y las de Alcántara y el Temple en segundo, recibieron de manos de los reyes importantes extensiones del sur de Castilla la Nueva, en la cuenca del Guadiana y en Andalucía En estos territorios quedaban comprendidas ímportantísimas zonas de pastoreo”[4] .
O bien “También la orden (del Templo) se expansionó al suroeste de la actual provincia de Badajoz -escribe del Pino García - ...La riqueza ganadera de estos lugares, puesta de manifiesto por diversos autores, debió de reportar a la orden de el Templo substanciosos beneficios, que luego pasaron a la de Alcántara” [5] .

La Orden de Alcántara, en el antiguo reino leonés, sí se asienta en la frontera portuguesa; pero también es el caso del Señorío nobiliario de Alburquerque, del Concejo de Badajoz o del Señorío Templario. Desaparecida la Orden del Temple a partir del siglo XIV, esta parte de la frontera hispano-portuguesa es repartida entre la nobleza [6] sin capacidad bélica defensiva; la Orden de Santiago, que sí disponía de fuerzas profesionales de combate por el contrario, se hace cargo de la Bailía de Jerez de los Caballeros, más cercana a su núcleo inicial[7] .

Además la Orden del Templo también manifestó desde el principio su preferencia por el control de los accesos: “Los templarios -reconocen Martín Martín y García Oliva- tuvieron una importante presencia en los primeros momentos ... Sólo conservaron tres núcleos... y otro mucho más significativo en lo que era uno de los nudos de comunicaciones más utilizados en toda Extremadura en la Edad Medía, Alconétar Su importancia era tal que tuvo que ser regulada su utilización por Sancho IV a causa de las “muchas muertes, y quemas, y prisiones, y ofensas y prendas y robos” provocadas por la disputa de sus derechos entre la orden y el concejo de Plasencia ” [8].

El interés de las órdenes se basaba, viene a decirnos Tuñón de Lara, en su condición de ser los mayores propietarios de rebaños ovinos: “Los principales dueños de rebaños eran las órdenes Militares (un dato es bien significativo a este respecto :en 1243 hubo un pleito entre las órdenes del Temple y de Alcántara por la posesión de 42.000 ovejas ), las iglesias catedralicias , los grandes monasterios y los magnates. En un escalón inferior hay que situar a los caballeros villanos” [9].

Pero la planificación adquisitiva de territorios pastoriles -escribe Pastor - era una vieja práctica que ya se utilizó en el siglo X, por parte del Monasterio de Sahagún, tres siglos antes de la expansión de las Órdenes Militares sobre Extremadura: “Otro aspecto de no menor importancia es el que lleva a establecer la relación entre el gran impulso expansivo del monasterio de Sahagún en el siglo X y la ampliación de su cabaña de ganado lanar .La política de anexiones de terrenos que practica el monasterio durante el siglo es inexplicable desde una perspectiva agrícola, ya que sus adquisiciones se centran en zonas de alta montaña, en el curso del alto Porma, y el término de Comiñal, a muy pocos kilómetros d la divisoria entre las actuales provincias de León y Asturias (segundo cuarto del. siglo X)” [10].

En Andalucía se daría también como en Extremadura la señorialización de la “frontera”, según nos viene a decir Ladero Quesada: “La formación de señoríos con administración peculiar y propia creció desde el último tercio del siglo XIII, sobre todo en torno a las zonas fronterizas con Granada y Portugal. Si, en un principio, las Órdenes Militares tuvieron la parte mayor, a medida que avanza el tiempo se incrementa la dominada por la aristocracia laica y, ya en el siglo XV, incluso las Órdenes Militares han perdido a favor suyo una parte notable de sus dominios ” [11].

Por último señalaremos que en Andalucía el reparto de propiedades para las Órdenes Militares fue inmensamente menor : “El tema de los señoríos andaluces ha sido objeto en los tiempos recientes de importantes monografías que han permitido, entre otras cosas, arrinconar definitivamente el mito de una Andalucía cubierta, desde el principio, por los poderes señoriales. Hoy no se puede hablar ni de una “repoblación a cargo de nobles y Órdenes Militares ”, que imprimió a la región un “sello marcadamente aristrocrático ” (S. Sobrequés), ni menos, aún, de una Andalucía entregada, como botín de guerra, a la nobleza feudal castellano-leonesa” escribe González Jiménez[12].

Evidentemente la “repoblación a cargo de nobles y Órdenes Militares” se había realizado en Extremadura porque en ella estaban situados los “invernaderos”.

14. LA SOLUCIÓN. PRECEDENTES DEL INTERÉS DEL MONASTERIO DE SAHAGÚN POR LA GANADERÍA EN LOS “EXTRAÑOS E IRREGULARES MONASTERIOS” PRIVADOS DE LA ÉPOCA

GÓTICA.

Dice Montenegro Luque que “la ganadería fue la base de la economía rural en las regiones húmedas del norte de la Península, agrícolamente pobre ...la ganadería hispano-goda parece haber sido poco importante en ganado mayor; la especie ovina y porcina serían las más comunes ” [1].

En su opinión la ganadería ocupó un lugar básico en la economía del estamento eclesiástico gótico tanto en el norte como en el sur de Hispania:
- “Un caso de ganadería complementaria de la agricultura aparece en el relato de la muerte del abad africano Nanctus, a quien Leovigildo había donado una propiedad del Fisco en la Lusitania, para que viviera de sus rentas, y que fue muerto por los siervos rústicos del dominio mientras apacentaba el rebaño de ovejas ” .
- “La ganadería constituyó, por imperativo del medio geográfico, la base económica de los monasterios fructuosianos emplazados en el Bierzo y en Galicia” (Ídem.).

Este lugar básico de la ganadería en la economía llevó a algunos latifundistas a la creación de monasterios privados y a la consiguiente desecularización de los pastores: “Una obra de san Valerio, algo posterior a Fructuoso y que vivió en aquellas mismas tierras (el Bierzo y Galicia), cita especialmente a los porquerizos entre los siervos rústicos que algunos señores, fundadores de monasterios privados en sus dominios, obligaban a profesar como monjes, en unas extrañas e irregulares comunidades ” [2].

Según Sayas Abengoechea y García Moreno[3] este tipo de monasterio, creados por “miembros de la aristocracia” era muy usual; comenzaron siendo “capillas e iglesias rurales, u oratorios de carácter martirial ” y “con frecuencia, estos establecimientos religiosos yuxtapuestos a las antiguas villae toman la forma de un monasterio ... de patronoto ”. En realidad, nos dicen los autores citados que su finalidad era la de una refinada política de preservación de bienes y beneficios junto con una exquisita explotación laboral de los pastores: “Tales iglesias y monasterios propios aseguraban a sus fundadores ciertas rentas, una mayor dependencia de los campesinos de sus dominios y las inmunidades propias de la propiedad eclesiástica”[4]. Su zona de mayor extensión fue la del “noroeste peninsular” y se implantó en la “segunda mitad del siglo VII ”(ídem).

Haciendo historia, nos dice de Vinuesa: “3. En todos los expresados Reynos Católicos de España (...)había muchos Caballeros, Nietos y Sacerdotes, discípulos de los Godos. Por eso fué fácil á los Monarcas saber que, durante la dominación Gótica, los Edificadores y Dotadores de Iglesias habían sido dueños de las oblaciones y demas rentas de las mismas Iglesias, ménos en lo respectivo á la quota que hubiesen asignado para dotación de Altar y Sacerdote.
4. Podían afianzar esta verdad los Cánones de aquellos Siglos, especialmente el Concilio II º de Braga, año 572, que nos enseña, no solamente aquella práctica, sino aun la de haber llegado á ser un punto de comercio la edificación de Iglesias; porque muchos, abusando de las disciplina Canónica, las edificaban, no por devocion á Dios ó sus Santos, ni por necesidad ó utilidad del Pueblo, sino precisamente por gozarse la mitad de oblaciones y rentas, dexando la otra al Presbítero que nombraban para el culto sagrado y divinos misterios: cuyo abuso intentó cortar el citado Concilio, mandando que ningun Obispo consagrase Iglesia ni basílica edificada con tan detestables fines.
5. No bastó aquel Canon á cortarlo, segun escribió el Señor Obispo de Pamplona Don Fr. Prudencio de Sandoval ”[5] .

15. LA SOLUCIÓN. LOS MAPAS DE EXTREMADURA DE HONDIUS (1608) Y DE LA TRASHUMANCIA SEGÚN KLEIN.

La estrecha relación entre el topónimo “extremadura” y la ganadería no se agota en razones etimológicas o históricas. En el Archivo Municipal de Mérida existe un “Mapa de Andalucía”, desprendido de su Atlas correspondiente, en el que es evidente la relación de Extremadura con la ganadería al compararlo con el Mapa de las Cañadas, Puertos Reales e Invernaderos de Klein.


Mapa de Iodocus Hondius “Andaluziae Nova Descript.” procedente del Archivo Histórico Municipal de Mérida(EN FASE DE PREPARACIÓN).


Vista parcial en color del mapa “Andaluziae Nova Descript.” de Iodocus Hondius procedente del Archivo Histórico Municipal de Mérida(EN PREPARACIÓN).



Mapa parcial de “Castiliae Veteris et Novae Descriptio“ de Hondius, año 1606[1].(EN PREPARACIÓN)

Detalle del mapa de Hondius de ”Castilla la Vieja”
(EN PREPARACIÓN)




























Aquel singularísimo mapa, inédito en la cartografía extremeña cuando lo encontramos, fue trazado por el cartógrafo holandés Jodocus Hondius. En él, por vez primera, aparece claramente delimitado con “raya fronteriza” un espacio no reino denominado “Extremadura”.
La “Extremadura” de Hondius, fundamentalmente, es la “Extremadura” de la Mesta, descrita y delimitada por Klein:
“La primera (cañada real, la del oeste o leonesa ) se extendía al sur de León, atravesando Zamora Salamanca y Béjar, donde empalmaba con una rama derivada del segundo sistema, el segoviano que a su vez descendía desde el Noroeste de Logroño, por Burgos, Palencia, Segovia y Ávila. Desde Béjar, la leonesa se encaminaba hacia los ricos pastos extremeños, continuando por Plasencia, Cáceres, Mérida y Badajoz, derivando ramificaciones que orillaban el Tajo y el Guadiana”[2].
N.B. La prolongaciones al sur de Extremadura aparecen a finales del siglo XV; se deben a la conversión de todo el sur español en Invernadero por influencia de la política ganadera de los Reyes Católicos.

Obsérvese que la “Extremadura” de Hondius se extiende, sin tenerlas en cuenta, sobre diversas jurisdicciones independientes: la ciudad realenga de Badajoz, la Provincia de León de la Orden de Santiago, los territorios meridionales de la Orden de Álcántara, los Señoríos de Capilla y de Burguillos, de los Sotomayor, de Villagarcía, de Salvatierra, de Higueras de Vargas, de Villanueva del Fresno, de Alconchel y de Cheles, los condados de Siruela, de Medellín y de Feria, el ducado de Alburquerque, la Tierra de Trujillo y la Comunidad de Talavera (referencia: del Pino García [3] ).

CONCLUSIÓN: LA QUE SE DERIVA DEL HECHO DE QUE EXTREMADURA SEA EL PRIMER ESPACIO NO REINO QUE APARECE DELIMITADO CON RAYA FRONTERIZA COMO LOS REINOS

PENINSULARES.

Al no existir, de una parte, ninguna interrelación entre los “señoríos” ni los “estados” que forman la “Extremadura” de Hondius, ni de otra ninguna razón suficiente para aislar a Extremadura del reino de Castilla, singularizándola, el común denominador de la zona denominada “Extremadura” no puede ser otro que el de “conjunto de pastizales” para la ganadería ovina. Sobre todo cuando este tipo de mapas tiene por centro de interés el comercio y “Extremadura”, que nunca fue “reino” en los títulos reales castellano leoneses, aparece en él delimitado y denominado, en igualdad con el Reino de Portugal y los “reinos” de Castilla, de Sevilla y de Granada.

16. LA SOLUCIÓN. EL MODERNO CONCEPTO HISTORIOGRÁFICO DE LA “FRONTERA”.

De todas las maneras nos encontramos ante un pobre, negativo y trasnochado concepto de la “frontera medieval”: “En el transcurso de buena parte de su historia (de la extremeña) se ha definido, además, como un espacio fronterizo, con independencia de que esa frontera haya sido unas veces de “pillaje” (desde comienzos del siglo VIII a mediados del XII) y otras, “militar” (durante la segunda mitad del siglo XII y primera del XIII), “político- administrativa” (a raíz de la separación, en 1385 de Castilla y Portugal) o “de colonización” (también desde mediados del siglo XIII )” [1] , según escribe García Pérez.

Para otros historiadores la “frontera” es de una rica complejidad que va más allá de las relaciones bélicas: “...parece claro que el tratamiento historiográfico que ha recibido el tema de la frontera adolece en líneas generales, de una visión excesivamente deudora de planteamientos positivistas. No extraña, por tanto, que los autores que siguen esta línea historiográfica -básicamente institucionalista- contemplen la frontera como el marco ideal para el desarrollo del potencial militar y la resolución de conflictos bélicos. Pero una frontera es mucho más que todo eso, es también el “rostro” visible de una formación socio- económica cuyas características adquieren una especial idiosincrasia, constituyendo además una plataforma apta para el establecimiento de relaciones pacíficas e intercambios sociales, culturales y religiosos” [2], dice Rodríguez -Picavea Matilla.

¿Se basa, además, en la nueva visión que el norteamericano Mackay ofrece de la “frontera” basándose en la experiencia del “oeste” americano según Turner: “La importancia de la reconquista sugiere paralelismos obvios con la tesis de Turner sobre “el significado de la frontera en la historia de los Estados Unidos”. En efecto, en el II Congreso Internacional de Historiadores de los Estados Unidos y México, se prestó mucha atención al análisis de la frontera medieval española como prototipo de aquellas fronteras que se desarrollaron más tarde en el Nuevo Mundo. Y desde luego, utilizando la terminología de Turner se puede demostrar que el retroceso continuo de la frontera, y el avance de la colonización cristiana hacia el sur moldeó el desarrollo histórico español, y que cuando ya no había frontera la época de formación de la historia española había acabado”[3] .

Para Mackay la “frontera” supuso “... la existencia de una lucha creativa” porque “los españoles (cristianos )s e dieron cuenta de que no luchaban contra bárbaros, y a veces, la frontera ibérica constituía una zona de fructíferos contactos culturales”...; pero si la superioridad militar era de los hispano-cristianos, la superioridad cultural les pertenecía a los hispano - musulmanes: “La cristiandad logró la expansión a expensas del Islam, pero fue la civilización islámica, desde muchos puntos de vista más rica y más culta, la que influyó sobre España y el Occidente europeo”[4] , añade Mackay.

En el siglo XV, Extremadura, a través de los maestres, nos dice Américo Castro, era un foco cultural[5]; concretamente Don Juan de Zúñiga instituyó una “Academia científica” en Zalamea de la Serena; este maestre alcantarino fue discípulo de Nebrija y, siempre según Américo Castro, hay que considerar alguna relación entre los maestrazgos y la espectacular cultura extremeña del siglo XVI: “En la ilustración que reproduzco aparece Nebríja ennoblecido con el hábito de caballero de Alcántara, instruyendo en humanidades al maestre y a sus familiares. Ignoro la extensión y profundidad de tal enseñanza, y qué repercusiones tuviesen las cultas iniciativas del maestre en el seno de la orden, afiancada en la región extremeña. Es de notar, en todo caso, que Extremadura ofrezca cierta unidad cultural, literaria y humanística, en la primera mitad del siglo XVI”[6] .

El “hambre” pudo agudizar la “viveza” militar de Hernán Cortés pero la inteligencia de los Montano, Brocense o Casiodoro de Reina, entre otros, no es posible sin “buenas primeras letras”

17. LA SOLUCIÓN. LOS CONCEPTOS CENTRALISTAS DE "REGIÓN" Y DE “PROVINCIA” Y SU IMPOSIBLE APLICACIÓN A LA DESCENTRALIZADA EXTREMADURA MEDIEVAL.

A propósito de la no existencia de una denominación “estable” para Extremadura en la Edad Media aseguran Martín Martín y García Oliva que esta “falta de una denominación segura en los medios cortesanos durante siglos es buena prueba de la carencia de estima hacia esta tierra... Extremadura es para la Corte un simple apéndice del reino” [1]. ¿Algo más lejos de la realidad, de las posibilidades y de las necesidades de Extremadura? ¿ Podía, entonces, legítimamente, la actual Extremadura aspirar a tener un nombre propio? En tal caso, ¿ basándose en qué? Y ¿por qué ella sí y otras regiones no?

La realidad extremeña medieval es que, salvo su utilización generalizada como “invernadero” definitivo y principal, nada en común tenían las tierras de aquella amalgama de señoríos ganaderos: Concejos, Nobles y Órdenes Militares.

De cualquier manera y, tal como puso de manifiesto Ortelio, la España Medieval se formalizaba en “reinos”, denominados “regiones” en el siglo XVI[2] . Extremadura, como tal, nunca había formado “reino”; tras el descalabro del Califato de Córdoba a Extremadura se la repartieron los reinos taifas de Badajoz y de Toledo, constituyendo en ambos casos sus espacios más reducidos[3] .

Asumido este reino musulmán por los reyes leoneses, el “reino de Badajoz” desaparece poco a poco, entre los títulos reales, a partir de la reunificación castellano-leonesa de Fernando III, según Palacios Martín, por “abundancia de ellos” [4]; previamente había desaparecido el título de “reino de Asturias” que, a todas luces, era más importante por ser el reino inicial.

Andalucía también se encontraba en un régimen de “inexistencia” similar al de Extremadura; en los títulos reales nunca aparece y era sumativa su denominación: “Reino de Sevilla, de Córdoba, de Jaén, de Algezira, de Granada” y, también, pero de forma virtual, “de los Algarves” [5].

Para denominar a Andalucía, de forma macrocóspica, se recurrió, fuera de los títulos reales, al uso restrictivo y castellanizado del nombre de la España musulmana: “Al Andalus”.

Durante el período musulmán Extremadura no recibió ninguna denominación específica formando parte del mismo “Al- Andalus”, según recoge Pacheco Paniagua de Al-Himyart:
- “Badajoz. Fortaleza de Al- Andalus, del distrito de Mérida.
- Trujillo.Ciudad de Al- Andalus.
- Coria. En el Al- Andalus, cerca de Mérida”[6] .
Sin embargo, los cristianos, en su Crónica Albeldense, se refieren a ella como la Lusitania: “Con su victoria (de Alfonso III) los distritos de Coria, ldanha y los restantes fronterizos de Lusitania, consumidos por la espada y el hambre, eremó y destruyó hasta Mérida [y] hasta las aguas del mar” [7]o bien: “Istius victoria Cauriensis, Egitaniensis, et ceteras Lusitaniae limites, gladio et fame copnsumte, usque Emeritam atque freta maris heremauit et dextruxit ” [8].
La especial división jurisdiccional descentralizada de la España medieval, concretada en Señoríos o Estados Solariegos, de Abadengo, Realengo y de Órdenes Militares, impide que, determinadas “regiones” naturales como la actual Extremadura formasen o se considerasen “provincias”.

La Enciclopedia Jurídica Española entendía, con total acierto, que el centralismo moderno fue el creador real de las “provincias” administrativas: “La provincia surge en España, como solución ideada para el problema político-administrativo de la división territorial de la Nación, al efecto de facilitar la acción del poder central y de adaptar á las exigencias del territorio y de su población, la organización de los servicios administrativos - públicos debe decirse hoy-”[9]. De aquí que se concibiese como todo lo contrario a cualquier reconocimiento propio: “Pero el hecho de que las provincias hayan surgido por obra del poder central y como una necesidad del régimen administrativo del Estado, influirá, constantemente, ... en la formación del concepto de la Provincia, la cual se considerará más como dependencia del Poder central, dentro de una jerarquía administrativa, que como entidad determinada según las exigencias de la autonomía”[10] .
N. B. En la Edad Media sólo las instituciones religiosas utilizaban la denominación de “provincia” para sus territorios. Así la Orden de Santiago nombraba a sus territorios enclavados en los antiguos reinos de León y de Castilla, respectivamente, “Provincia de León” y “Provincia de Castilla”.

De ahí que la visión territorial de la España medieval sea microcóspica; por ello Alfonso XI, en su “Libro de la Montería”, sitúa los cazaderos reales, generalmente en la “Tierra de...” una jurisdicción pequeña o mediana: “La tierra de Castilla Uieja. De Aguilar de Canpo, Pernia y Lieuana. De Burgos... De Sanct Millán de la Cogolla. De Soria. De León y Vierzo. De Asturias. De Gallizia. De Salamanca, Miranda, monte Mayor, Beiar y Granadiella. De Segouia , Manzanares y Val de Loçoya. De Buytrago. De Ayllón, Sepúlveda, Riaça y Pedraza. De Atiença, de Moya y Cuenca, De Maydrit y Alhamjin. De Toledo, Calatraua; Talauera; De Trogiello, Capiella y Puebla de Alcoçer. De Plazençia.De Coria, Galisteo, Alcántara y Alborquerque. De la Orden de Sanctyago. De Badaios y Xeres Badaioz. De Seuilla, Niebla y Gibra león. De Coribua. Del Obispado de Jahen, Regno de Murçia, Tierra de Alcaraz. De Alcalá la Real, Priego y Rute. De Alcalá de los Gazules, Medina y Beier y el Término de Tarifa y Algezira” [11].

La “tierra” de Alfonso XI es el “territorio” de Covarrubias que lo define como “el espacio de tierra que toma algún pago o juridición (sic)” [12]; a su vez la “juridición” es, según Covarrubias, sinónimo de “territorio”: “Jurisdición. La potestad de juzgar, !Uriscendi ! Potestas !; también se toma por el territorio y término hasta donde se extiende el poder de tal potestad o justicia”[13] .

A partir de la Edad Moderna se impone la denominación “renacentista” de “partido”, su casi equivalente: “Partido, algunas vezes, sinífica (sic) territorio”, dice Covarrubias[14] .

En su sentido menos rígido la “provincia” exige alguna “jurisdicción” generalizada a un mismo territorio; este no fue el caso de Extremadura en la Edad Media; hasta 1653 Extremadura no se constituía en “provincia” al adquirir según Martínez Diez, “voto en Cortes” pasando, por tanto a formar una “provincia fiscal” [15].

En su sentido más estricto la “provincia” nos dice el Diccionario de Autoridades, era “la parte de un Reino ú Estado, que se suele gobernar en nombre del príncipe, por un ministro que se llama gobernador”[16]. Estas circunstancias no se darán hasta 1789 con la creación de la Audiencia Real de Extremadura que “oficializará” tal nombre, según Barrientos Alfageme[17].

Desde la perspectiva regionalista actual se olvida la intranscendencia de las divisiones territoriales antiguas. Así el cartógrafo Ortelio, aún a finales del siglo XVI, dividía España, según la administración romana: “Divídese España en tres prouincias : en Baetica, Lusitania, y Tarraconense. La Baetica al septentrion se cierra con el río Guadiana ” [18].

18. LA SOLUCIÓN. LA IMPOSIBILIDAD DE UNA “ETIMOLOGÍA POPULAR” SEGÚN LA TEORÍA DE PALACIOS MARTÍN. LOS “EXTREMOS” SON ZONAS DE PASTO EN LOS FUEROS DE

DE PLASENCIA Y “DE LOS GANADOS DE CÁCERES”, ANTERIORES A LA CREACIÓN DEL “IIONRADO CONCEJO DE LA MESTA”.

Según Benavides Checa “hay en el texto -de la confirmación por Fernando IV en 1297 del Fuero de Plasencia- un núcleo inicial de normas, las primeras 38, que posiblemente constituyan el bloque de usos más primitivos”[1] .

Concretamente en la primera norma aparece la palabra “estremo” como “zona de pasto”: “Si ganado de otra uila en término de Plazencia o en sus terininos o estremos a pacer entrare...”[2] .

Pues bien, según del Pino García, la concesión de Fuero a Plasencia por parte del rey Alfonso VIII se efectuó, como mínimo, antes del siglo XIII: “García de Ulecia piensa que el rey castellano dio Fuero a la nueva población entre 1186 y 1196, lo mismo que a Béjar. En cambio, Julio González da la fecha de 1208 y Elisa Carolina de Santos sitúa el hecho en 1188, año en que Clemente III creó el obispado placentino, o en 1196, cuando la plaza se reconquistó definitivamente a los almohades ” [3].

También con anterioridad a la creación del “Honrado Concejo de las Mesta” aparece documentada la palabra “estremo” como “zona de pasto” en los Fueros Romanceados de Cáceres; concretamente en el denominado “Fuero de los Ganados”, recopilado, según García Oliva[4] en los últimos años del reinado de Fernando III (- 1252) o en los primeros de Alfonso X: “Todo ganado que en estremo de Cáceres en Cáceres entrare, a nuestro fuero ande ”[5] .

Los “estremos” como “zonas de pasto” aparecen documentados a principios del siglo XIII: “En ocasíones - escribe Pastor, como ocurrió en Sepúlveda y en Fresno, los concejos llegaron a un acuerdo por el cual dejaban los extremos libres de labores agrícolas y de poblamientos a fin de conservar los pastos: “Convenienciam ... super illo quod debet ese extremum uidilicet, quod nom laboret illud nec populet concilium de Sepúlveda nec concilium de Fresno, sed quod remaneat per ad los pastos. Los pastos sint de comuni”[6] .

Pero mucho antes, en el Fuero de Sepúlveda, los “extremos” aparecen como "zonas de pasto” para ganado trashumante: “Dice el Fuero de Sepúlveda en su artículo 6-escribe Pastor-, al referirse a los ganados que entraren en los términos del concejo: “Otrosí, por facer bien y merced al concejo de Sepúlveda, damos y otorgasmosles que ayan los montadgos de los ganados que entraren por sus términos, que van a los estremos, que tomen...”
“Es evidente -concluye Pastor- que en este caso cuando se habla de los “extremos” no se está refiriendo a los del concejo, sino a la frontera del reino, a los lugares yermos de los confines, la Transierra, los montes de Toledo y aún, según los avatares de la guerra, a la cuenca del Guadiana”[7] .